martes, 23 de octubre de 2012

EL GOLEM Y ELOGIO DE LA SOMBRA,POEMAS DE JORGE LUIS BORGES


BORGES,JORGE LUIS
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899–Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de laliteratura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento universales y que ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo.1
Es considerado uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. Ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas, gramáticas utópicas, geografías novelescas, múltiples historias universales, bestiarios lógicos, silogismos ornitológicos, éticas narrativas, matemáticas imaginarias, thrillers teológicos, nostálgicas geometrías y recuerdos inventados son parte del inmenso paisaje que las obras de Borges ofrecen tanto a los estudiosos como al lector casual. Y sobre todas las cosas, la filosofía, concebida como perplejidad, el pensamiento como conjetura, y la poesía, la forma suprema de la racionalidad. Siendo un literato puro pero, paradójicamente, preferido por los semióticos, matemáticos, filólogos, filósofos y mitólogos, Borges ofrece —a través de la perfección de su lenguaje, de sus conocimientos, del universalismo de sus ideas, de la originalidad de sus ficciones y de la belleza de su poesía— una obra que hace honor a la lengua española y la mente universal.2
Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura3 4 al que fue candidato durante casi treinta años.
«Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía.» J.L.Borges5

Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

El Golem

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de la Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo:
Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?
¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?
En la hora de la angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
BIOGRAFÍA

Primeros años

Borges consideraba que había heredado dos tradiciones de sus antepasados: una militar y otra literaria. Su árbol genealógico lo entronca con ilustres familias argentinas de estirpe criolla y anglosajona, como también portuguesa. Desciende de varios militares que tomaron parte activa en la Independencia Argentina, como Francisco Narciso de Laprida, que presidió el Congreso de Tucumán y firmó el Acta de la IndependenciaFrancisco Borges Lafinur —su abuelo paterno— fue un coronel uruguayo; Edward Young Haslam —su bisabuelo paterno— fue un poeta romántico que editó uno de los primeros periódicos ingleses del Río de Plata, el Southern Cross;Manuel Isidoro Suárez —su bisabuelo materno— fue un coronel que luchó en las guerras de la Independencia; Juan Crisóstomo Lafinur—su tío abuelo paterno— fue un poeta argentino autor de composiciones románticas y patrióticas y profesor de Filosofía; Isidoro de Acevedo Laprida —su abuelo materno— fue un militar que luchó contra Juan Manuel de Rosas.6
Su padre, Jorge Guillermo Borges, fue un abogado argentino, nacido en la provincia de Entre Ríos, que se dedicó a impartir clases depsicología. Era un ávido lector y tenía aspiraciones literarias que concretó en una novela, El caudillo, y algunos poemas; además tradujo a Omar Jayyam de la versión inglesa de Edward Fitzgerald.
Para 1970, Jorge Luis Borges recordaba con estas palabras a su padre: «Él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música».7 Su madre, Leonor Acevedo Suárez, era uruguaya. Aprendió inglés de su marido y tradujo varias obras de esa lengua al español. La familia de su padre tenía orígenes españolesportugueses e ingleses; la de su madre, españoles y posiblemente portugueses. En su casa se hablaba tanto en español como en inglés.8

lunes, 22 de octubre de 2012

CINCO POEMAS DE ANA ISTARÚ




Ana Istarú, seudónimo literario de Ana Soto Marín1 (San José3 de febrero de 1960) es una actriz y escritora costarricense, que cultiva la poesía y la dramaturgia.
Gracias a su padre Ana Istarú penetra en el mundo de las letras y su madre —la economista y política liberacionista Matilde Marín Chinchilla de Soto (San José, 29 de junio de 1931-29 de septiembre de 19862 ), dos veces diputada (1966 y 1982) a laAsamblea Legislativa de Costa Rica3 — le inculca la pasión por el teatro.

ANA ISTARÚ
A los quince años publica su primer poemario, Palabra nueva, y aunque con el segundo, Poemas para un día cualquiera, obtiene un premio de la Editorial Costa Rica, es con el cuarto que le llega la auténtica fama literaria: La estación de fiebre. El libro —aparecido en 1983, dos años después de haberse diplomado en Artes Dramáticas en laUniversidad de Costa Rica— obtuvo el premio organizado en 1982 por EDUCA y ha sido reeditado en España en 1991 (Visor) y 2011 (Torremozas). También fue publicado en Francia por La différence en edición bilingüe y con traducción de Gérard de Cortanze,4 5 que ha vertido al francés a Ernesto CardenalRoque DaltonJuan Gelman y Vicente Huidobro.6 Protagonista de este canto erótico —además de la autora, naturalmente— es el pintor y profesor francés César Maurel (París, 1952), radicado en Costa Rica desde 1981, con quien Istarú se casó a principios de esa década7 8 (él es también autor de un poemario: Zapping, Ediciones Perro Azul, 20059 ) y del que años más tarde se separaría.

EROTISMO VIVO
Los críticos destacan que su poesía está cargada de erotismo10 —lo que ha dado pie a la polémica entre los lectores—, al tiempo que tiene perspectiva de género, es decir, que es muy femenina. En ella Istarú expresa sin ningún temor los sentimientos más profundos de la mujer. “Transido de alta temperatura erótica sostenida de principio a fin, se expresa en un vocabulario personal y estricto logrando así, en tan difícil tema, un armonía de expresión emotiva con un gobierno infalible de la forma”, dijo el jurado del Premio Latinoamericano EDUCA a propósito del citado libro galardonado.11

Ábrete sexo

Ábrete sexo
como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día.

Testimonio

Yo,
la que yació
sobre su lomo arqueada en buena lid,
la que bebió entre ahogos
los cálices del semen, pues visto está,
yo soy las fauces de la luz;
la que tornó en sarmiento y crecimiento constante
ese licor profano venido de varón;
la que forjó en umbrosos yacimientos carnales
un cordero de sueño, un pájaro aturdido,
un extracto del ángel donde brillan mis genes;
la que ha mirado
abrirse en abanico su entrepierna,
la que arrancándose del vientre rayos,
peleando con el león de su dolor, girando
como un viaje de centauros por su cuerpo,
he dado a luz;
yo,
quiero testificar:
estoy aquí frente a este ser que tiembla,
el que emana una esencia de gardenias calientes.
Beso sus pies calizos. Reverencio
el desgarrón del oro en su pañal.
En su saliva toco la leche del vacío,
lo que mueve a mis pechos a abrir sus surtidores.
Estoy bajo el embate de la dicha,
doblada por el talle.
Soy otro ser que tiembla, transparente.
Yo,
la del pelambre de loba,
la del anca cobriza y garra restallante,
soy su rehén.
Nadie pretenda quebrantar mi cautiverio.

Yo, la hembra fiera

Yo, la marsupial,
la roedora,
la que no tiene tregua,
la que ha juntado ramas,
la que escoge las hierbas con las zarpas heridas,
la que gasta los cobres de su lengua
para fraguar el nido
y está midiendo el viento,
y acapara el lado oculto
de todas las colmenas,
la que atina a mirar los trajes de la luna
y quiere desovar,
la que fue fecundada
con un polen antiguo
y está que la revienta
la gloria de la estirpe,
n la que tan sólo espero un signo de los astros
para tirarme
con un rugido ronco a dar a luz,
yo, la hembra fiera,
la traidora,
la taimada,
la que a la muerte ha echado
a perder
su cacería.

Alumbramiento

vino de mí
salió del fondo
el médico aplaudía
yo vine con el mar en la barriga
como un intenso parasol
un mapamundi
yo era la esfera que rodó en la madrugada
de corazón latí como un caballo
lo digo así
es que la crin
me perfumó
el vientre se movía
como suelen moverse los rebaños
venía con mi molusco mi amapola
mi potranco
con mi gorrión redondo
yo no podré faltar jamás me dije
a nuestra cita
así que estoy aquí
con esta fiesta
brincando por el talle
hice mi baile de rosas
mi aleteo
mugí como los barcos
el vientre daba vueltas
me esperaba
oculta en el carmín
donde el médico buscaba con su ceño
yo empujaba
el ventarrón del orbe en mi testuz
soplaba como un faro
Como los dioses marinos de los cuentos
una granada real a punto de volar
recuerdo que por suerte
César me retuvo del cabello
estaba emocionado
sin saber si tintinear o si envidiarme
de entero dedicado a mis pulmones
expirando inspirando y expirando
me miraba de adentro de sus ojos
como sólo una vez me mirará
en toda la vida de su vida
y a mi vientre que cambia de paisaje
y así
vino de mí
salió del fondo
nos bendijo de un golpe con su grito
se puso a beber sol como una fiera
de lana o amaranto
yo estaba enamorada y me reía
de loca de centella de rodillas
quería besar el sexo el vellocino
de César que lloraba
tomar a mi criatura
correr a derrocharla por las calles
qué llovizna de leche que cabalga
toda la luz del mundo en el pezón

Despedida

Te irás del sótano
salino de mi carne.
Ya no estaremos nunca tan cerca como ahora.
Yo seguiré cantando mi gravedad marina,
domeñando el rugido de tierra de tu parto
hasta llenar la estancia tan alba del vacío
con tu ser deslumbrante.
Ese cordel de sangre del centro de tu talle
lo cortarán.
Jamás serás de nuevo mi cometa secreto,
el capullo de rafia,
el cosmonauta asido a mi matriz.
Cortarán ese lazo de savia sin regreso
y llevarás por tanto mi nombre sobre el vientre
como un botón rosado,
allí donde mi amor
no pudo más e imprime
su cóncavo dedal de despedida.
Ya no estaremos juntos como juntos estamos,
atados como liquen. Vas a nacer. Por siempre
soy tu animal materno.
Donde quiera que vaya la hoguera de tus pasos
tenderé una señal,
un eslabón de viento,
un trazo que nos ate más allá de la tierra,
un dibujo invisible que nada lo lacere.
Un rayo interminable donde mi amor transite
y viaje de mis senos a tu boca candente.
Un rayo que yo pueda ponerme entre los labios
cuando su azul letargo me tienda al fin la muerte.

domingo, 21 de octubre de 2012

DOS POEMAS DE MANUEL A. ALONSO


Alonso Pacheco, Manuel A. (1822-1889) Médico y escritor puertorriqueño, nacido en San Juan de Puerto Rico en 1822 y fallecido en su ciudad natal en 1889. Considerado como una de las primeras figuras literarias del Romanticismo antillano, dejó estampada una obra (El jíbaro) que, por su condición de pionera en la literatura de su nación, ha sido comparada por algunos estudiosos puertorriqueños con el Poema de Mío Cid o el Martín Fierro (piedras sillares, respectivamente, de las Letras españolas y argentinas).
Desde muy temprana edad supo conciliar Manuel A. Alonso su innata vocación literaria con un acentuado interés científico que, en 1842, le llevó a cruzar el Atlántico para cursar, en la Universidad de Barcelona, estudios superiores de Medicina. Esta prolongada estancia en la metrópoli resultaría a la postre providencial no sólo para su formación médica, sino también para la forja de su espíritu humanístico. En efecto, el escritor de San Juan enseguida comparó la agitada vida política que había conocido en España con la situación colonial de Puerto Rico, y de este análisis extrajo la conclusión -presente a lo largo de toda su obra- de que en el territorio insular era imprescindible una reforma político-administrativa precursora de la emancipación respecto a la metrópoli. Al mismo tiempo, durante su estancia en Barcelona quedó imbuido de la poderosa corriente literaria costumbrista que entonces comenzaba a arraigar con fuerza en las Letras españolas, y supo asimilarla a la par que mantenía el contacto con las noticias culturales que le llegaban desde su lejana isla.
Entre estas novedades, sin duda la que más entusiasmó al grupo de jóvenes escritores puertorriqueños destacados en la Universidad de la Ciudad Condal fue la aparición, en su territorio natal, de un volumen colectivo titulado Aguinaldo puertorriqueño (1842), obra que, desde su salida de la imprenta, fue considerada como la primera manifestación generacional del Romanticismo en la isla. Bajo el estímulo de esta obra miscelánea surgió en Barcelona un volumen similar, tituladoÁlbum puertorriqueño (1843), con el que los estudiantes antillanos con inquietudes literarias (entre ellos, el propio Manuel A. Alonso) quisieron sumarse a la brecha abierta por los primeros románticos de su tierra.
Una vez licenciado en medicina y cirugía, el joven escritor regresó a Puerto Rico en 1849, no sin antes haber dado a la imprenta española (después de “muchas horas robadas al sueño“, según su propio testimonio) la primera versión de su obra magna, presentada entonces bajo el epígrafe de El Gíbaro. Cuadro de costumbres de la isla de Puerto Rico (Barcelona: Imprenta de Juan Olivares, 1849). Este libro fue saludado inmediatamente por críticos y lectores como la primera muestra del costumbrismo de la isla antillana, capaz de presentar numerosos rasgos autóctonos que, sin renegar de sus claras influencias españolas ni de ciertos aspectos compartidos con el costumbrismo de otras regiones hispanoamericanas, permitían ya hablar de una literatura puertorriqueña propiamente dicha.
A pesar de la fama de que gozó en su isla natal, Manuel A. Alonso volvió a afincarse en España durante otros dos largos períodos de tiempo (1858-62 y 1866-71), en los que ejerció con notable fama su profesión galénica. A partir de 1871 se asentó definitivamente en Puerto Rico, donde su constante presencia en los ambientes científicos, culturales y políticos le consagró como uno de los más destacados próceres de su tiempo. Entre los diversos cargos relevantes que desempeñó, figura el de director del Asilo de Beneficencia, puesto que no le distrajo de ese firme compromiso reformista en el que se había enrolado junto con otros brillantes escritores de su época, como Alejandro Tapia y Manuel Fernández Juncos.
 
JULIA CONSTANZA BURGOS GARCÍA
Convertido en uno de los más firmes adalides de este movimiento reformista (en buena parte, gracias a su cargo de director del rotativo El Agente, un periódico de carácter liberal que le sirvió para difundir su ideología política y parte de su creación literaria), supo también mantener vivas sus aficiones literarias, que le permitieron publicar, en 1883, la segunda parte de El Jíbaro (San Juan de Puerto Rico: Impresor José González Fonto, 1882-83).
MANUEL A. ALONSO
Rimas Tímida, la palabra de tus labios caía, y en mi pálida frente dolorosa y macabra, toda melancolía se regó, evanescente, blanda, como un arrullo… Oh tu voz adorable… ¡Voz única entre tantas! (Bajo el influjo suyo fue placer inefable mi dolor…) -Hoy no encantas este fúnebre yermo… (No sé dónde se riega -toda melancolía- tu voz…) -Y estoy enfermo porque tu voz no llega a bañar de alegría mi sufrir… en mi vida dolorosa y macabra, tal vez hubieran sido para curar la herida, tu voz y tu palabra que yo jamás olvido…! Balada del disparatorio báquico, impregnada de múltiples romanticismos Dícela “El Ebrio” Aquesto dixo “El Ebrio”, una vegada. Aquesto dixo con su voz cansada. Aquesto dixo por la madrugada. Yo dello non sé nada. Bebamos en las cráteras de oro que laboró el cincel benvenutino, champagne, bulbente y bullicioso vino . Bebamos en las ánforas de…
MAYRA SANTOS

Boceto

Color moreno, frente despejada,
mirar lánguido, altivo y penetrante,
la barba negra, pálido el semblante,
rostro enjuto, nariz proporcionada.
Mediana talla, marcha compasada;
el alma de ilusiones anhelante,
agudo ingenio, libre y arrogante,
pensar inquieto, mente acalorada…
Humano, afable, justo, dadivoso,
en empresa de amor siempre variable,
tras la gloria y el placer siempre afanoso…
Y en amor a su patria insuperable:
éste es, a no dudarlo, fiel diseño
para copiar, un buen puertorriqueño…

El salvaje

Debajo de una palmera,
en una tarde serena,
se mira sobre la arena
un salvaje reposar.
Junto a sí tiene las flechas
que mil blancos han herido,
y, como él mismo, han sufrido
de cruda guerra el azar.
Su rojo cuerpo desnudo
muestra toda su pujanza,
y en su pecho alguna lanza
atrevida penetro.
Fija la vista en los montes
canta de pesar exento,
sin recordar ni un momento
las riquezas que perdió.
Que venga aquí el europeo
codicioso,
y si acercarse le veo
morirá al punto a mis manos.
Que para sufrir tiranos
en su patria no nací.
Y la muerte
que le diera
prefiriera
con placer,
a la vida
regalada
y pasada
como él.
Que es mi dicha vivir libre
sin cadenas que me opriman,
con su peso solo giman
los esclavos y no yo.
Cuando de noche o de día
yo despierto,
y siento en la selva umbría
de los tigres el aullido,
o de la sierpe el silbido,
mi gozo no tiene igual.
En los valles
y florestas
son mis fiestas
pelear,
con las fieras
más temidas
y sus vidas
acabar.
Que es mi dicha vivir libre
sin cadenas que me opriman,
con su peso solo giman
los esclavos y no yo.
Me han quitado la llanura.
no me importa.
Para probar mi bravura
los montes bastan y sobran
si los indios no recobran
lo que el blanco les robó.
Yo no siento
desconsuelo.
En el suelo
duermo bien.
Y si velo,
mi querida
es mi vida,
mi sostén.
Que es mi dicha vivir libre
sin cadenas que me opriman,
con su peso solo giman
los esclavos y no yo.